Aquí en la charca somos muchos. Está Juan, está Inés, está Antonio, está Luisa, está Carmen,... Somos una gran comunidad de ranas.
Hace poco se casaron Esteban, una rana gorda de colores muy vivos, y Alba, la que vive un par de juncos más allá y con la que cenamos una vez al mes.
La verdad es que con la boda tuvieron muchos problemas. Pero no porque no se quisieran, o porque estuvieran inseguros, o porque no encontrasen un buen traje de novia; no. Todo comenzó cuando se pusieron a decidir a quién invitaban para el banquete.
Alba empezó eliminando a las ranas que hacían mucho ruido al comer:
“Sí, claro – decía indignada -, menuda guarrada. Imagínate, al tío Tomás, la Antoñeta y la Petra dale que te pego, eructando y sorbiendo la sopa de mosquito frito como si estuviéramos en un concierto.”
“Uf – añadió Esteban -. Pues mira que si se pone luego Andrés a contarnos batallitas... Y como se junte con el abuelo Eugenio, pues ya ni te cuento, que son unos pesados de cuidado...”
“Eso es porque los críos les dan coba – seguía Alba -. Les gusta enterarse de como vivíamos en la otra charca y, claro, así no hay quienes les pare. Además, están de un revoltoso estos chicos últimamente... Que si todo el día croando, haciendo competiciones de salto y apostando quién aguanta más debajo del agua... Fíjate, ahora están montando una liga de chapas y quieren que Conchita sea su entrenadora...”
“Uy, Conchita – repuso Esteban -. A ésa si que no la invitamos. Le gusta cantar ópera por las noches, menudo tormento. Encima es del Atleti...”
“Pues mira que se junta mucho con el Alberto, el del arbusto tronchado – criticó Alba -. Ése tiene unas ideas... ¡ Dice que las libélulas están mejor remojadas !, lo que hay que oír.”
“Su hijo si que es un patoso – comentó Esteban -. El otro día le dije que me echara un anca para levantar unas hojas y por poco se ahoga el pobre. Fuera, fuera también de la lista”.
Finalmente, en aquella lista de invitados sólo quedaban ellos dos, Esteban y Alba.
“La verdad es que no me molesta tanto que Eva vaya con tacones – dijo Esteban -.”
“Sí, a mí tampoco me importa que Ana no sepa pronunciar la erre, ni que Sergio haga malabares con los renacuajos,... – continuó Alba -.”
Y, así, poco a poco, fueron escribiendo los nombre de todas y cada una de las ranas que habían tachado.
El banquete se celebró un par de semanas más tarde con la charca por completo como invitados. Se sirvieron moscones a la brasa, saltamontes con guarnición, tábanos en su salsa, sopa de mosquito y abejorros con queso roquefort. Y de postre una gran langosta con chocolate que todos compartieron.
Había muchísima gente riendo, bailando y cantando, los niños jugaban, y para terminar hicieron una gran fiesta donde cada rana dio lo mejor de sí misma, en un espectáculo difícil de olvidar.
Alba y Esteban tampoco lo olvidaron.
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