25 nov 2012

Revolución


La oficina de X, situada a veinte pisos de altura, tiene una vista inmejorable sobre la ciudad que domina. X se siente a salvo detrás de su escritorio. Media docena de hombres uniformados filtran el paso a cualquier extraño. También están las alarmas, los cristales antibalas, las numerosas cámaras del circuito cerrado.

X reluce en su traje claro. Inaccesible para sus enemigos, proporciona instrucciones por sus incontables líneas telefónicas. El día de hoy le hará un poco más rico, a costa de los muchos que trabajan para él.

Z, terrorista, prepara el atentado de hoy. Su centro de operaciones es una buhardilla, sin calefacción y sin ascensor. Z ha elegido una estación de metro. Intentará que los efectos sean devastadores y que, si hay suerte, debiliten la fortaleza acristalada de X y lo alcancen. Z sale de la buhardilla ataviado con la mochila. Dentro de la cual lleva lo necesario para su acción terrorista.



En la entrada del metro consuma el atentado. Después de que le expendan el billete, Z saca de su mochila una rosa que tiende a la taquillera con una sonrisa, mientras recita versos de amor. Gracias, dice al fin Z, gracias por permanecer ahí, encerrada para darme el billete todos los días. Acto seguido, Z empieza a sacar rosas de la mochila y las reparte entre las personas que hacían cola detrás de él. Gracias por vuestra paciencia, dice, por perder unos minutos escuchando versos de amor.

Los efectos, como tenía previsto Z, son devastadores. La taquillera ha empezado a sonreír y tiende cada billete con una alegría nueva en la cara. Los de la cola saludan a la taquillera y le dicen buenos días. Incluso, sorprendidos, comienzan a hablar entre ellos.

La expansión del atentado se amplía, alcanza círculos cada vez mayores. Una oleada de personas sonrientes entra en los vagones y contagia a las de dentro, que empiezan a hablar y sonreír. A alguno se le pasa la parada, distraído con la charla.

Entre los pasajeros confundidos y sonrientes está Y, una de las secretarias de X. Hoy llega al edificio acristalado un poco tarde. Se sienta frente al ordenador, pero en vez de encenderlo, emborrona una cuartilla con un dibujo. Luego se levanta y se va a tomar un café fuera de convenio, porque le apetece.

Cuando X abre la puerta para dictar las cartas advierte que no está Y. Alguien pasa con una sonrisa en la cara y le comenta que está tomando café. X, de mal humor, encaja la sonrisa como un golpe en el estómago. Algo le dice que otro terrorista anda suelto y que será complicado acabar con la revolución.

F.M., Cuentos de X, Y y Z



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