Olentzero
sabía que no era el único que tenía que dar aquella noticia. Le
habían llegado rumores de que había otros que compartían aquella
responsabilidad: Papá Nöel, Santa Klaus, entre otros. Y hasta unos
emisarios reales del lejano Oriente que atravesaban desiertos, mares
y montañas en
sus camellos, cargados de regalos maravillosos, pero que sin embargo
llegaban más tarde que él, cuando todo el mundo ya sabía lo que
él, en aquel momento, tenía que saber y no recordaba.
Por eso, quizás, porque la noticia era tan importante, a menudo a Olentzero se le olvidaba cuál era...
Sé
que es la Gran Noche, que tengo que bajar del monte al mundo a dar
una noticia y no me acuerdo de cuál es... — se
desahogó con el musgo sobre el que se había sentado.
Pero
todo el mundo sabe que el musgo es mudo. Así que Olentzero no
recibió ninguna respuesta.
Lo
mismo le planteó a la piedra que estaba debajo del musgo
y esta, en cambio, no tardó un segundo en intentar ayudarle.
— Baja
y luego sube. Nada y luego corre. Vuela y luego aterriza...
Pero
él no quería saber el camino, sino la noticia, así que los
consejos de la piedra no le sirvieron de nada. Además, todo el mundo
sabe que las piedras no se orientan muy bien, que son ciegas.
Entonces
ocurrió algo realmente inesperado, algo que siempre agradece
cualquier carbonero que vive solo en un monte al que nadie le ha
puesto nombre, que nadie sabe dónde está, qué está cerca y está
lejos según se mire, arriba y abajo según crean unos u otros,
dentro y fuera según qué teorías estén de moda: vio pasar una
bandada de gansos por el cielo azul marino de la noche recién
estrenada.
¡Ah,
los gansos sí que suelen hablar claro clarito!
Volaron
de tal modo por encima de su cabeza que a Olentzero no le costó nada
leer lo que los gansos estaban escribiendo en el cielo: NAVIDAD.
¿Navidad?
Olentzero
se incorporó de un salto, se sacudió los pantalones, encendió su
pipa, cogió su enorme saco y empezó a meter en él regalos, muchos
regalos, regalos regalísimos, regalones y regalotas, regalitos y
regalazos, regalos para todos los niños y niñas y para los que no
lo eran tanto.
Porque,
no lo olvidemos, toda buena noticia es, antes que nada, un buen
regalo. Y Olentzero, que era solo un carbonero un poco tripón y algo
despistado, lo sabía.
— ¡Nochebuena!
– gritó
alborozado.
Y
se lanzó corriendo como un cohete hacia el mundo.
Mariasun
Landa, “Una buena noticia”
en
El gran libro de la Navidad. Ed. Anaya.
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