18 dic 2013

Una buena noticia

Aquella noche era especial. Olentzero lo sabía. Es más, casi se puede decir que había pasado todo el año esperando aquella noche, lo cual es un trabajo muy pero que muy fatigoso para un carbonero: tenía que salir al mundo a dar una buen a noticia. La noticia era tan buena que pesaba mucho, mucho más de lo que pesan las noticias normales y corrientes. Aquel esfuerzo solía requerir comer bien, pero que muy bien. Beber bien, muy pero que muy bien. Y además andar, andar mucho, atravesar parte del mundo y eso también se las trae si vives en un monte al que nadie le ha puesto nombre, que ni tú sabes dónde está, que está cerca y lejos según se mire, arriba y abajo según crean unos y otros, dentro y fuera según qué teorías estén de moda.

Olentzero sabía que no era el único que tenía que dar aquella noticia. Le habían llegado rumores de que había otros que compartían aquella responsabilidad: Papá Nöel, Santa Klaus, entre otros. Y hasta unos emisarios reales del lejano Oriente que atravesaban desiertos, mares y montañas en sus camellos, cargados de regalos maravillosos, pero que sin embargo llegaban más tarde que él, cuando todo el mundo ya sabía lo que él, en aquel momento, tenía que saber y no recordaba.


Por eso, quizás, porque la noticia era tan importante, a menudo a Olentzero se le olvidaba cuál era...


Sé que es la Gran Noche, que tengo que bajar del monte al mundo a dar una noticia y no me acuerdo de cuál es... se desahogó con el musgo sobre el que se había sentado.

Pero todo el mundo sabe que el musgo es mudo. Así que Olentzero no recibió ninguna respuesta.

Lo mismo le planteó a la piedra que estaba debajo del musgo y esta, en cambio, no tardó un segundo en intentar ayudarle.

Baja y luego sube. Nada y luego corre. Vuela y luego aterriza...

Pero él no quería saber el camino, sino la noticia, así que los consejos de la piedra no le sirvieron de nada. Además, todo el mundo sabe que las piedras no se orientan muy bien, que son ciegas.

Entonces ocurrió algo realmente inesperado, algo que siempre agradece cualquier carbonero que vive solo en un monte al que nadie le ha puesto nombre, que nadie sabe dónde está, qué está cerca y está lejos según se mire, arriba y abajo según crean unos u otros, dentro y fuera según qué teorías estén de moda: vio pasar una bandada de gansos por el cielo azul marino de la noche recién estrenada.

¡Ah, los gansos sí que suelen hablar claro clarito!

Volaron de tal modo por encima de su cabeza que a Olentzero no le costó nada leer lo que los gansos estaban escribiendo en el cielo: NAVIDAD.

¿Navidad?

Olentzero se incorporó de un salto, se sacudió los pantalones, encendió su pipa, cogió su enorme saco y empezó a meter en él regalos, muchos regalos, regalos regalísimos, regalones y regalotas, regalitos y regalazos, regalos para todos los niños y niñas y para los que no lo eran tanto.

Porque, no lo olvidemos, toda buena noticia es, antes que nada, un buen regalo. Y Olentzero, que era solo un carbonero un poco tripón y algo despistado, lo sabía.

¡Nochebuena! gritó alborozado.

Y se lanzó corriendo como un cohete hacia el mundo.


Mariasun Landa, “Una buena noticia
en El gran libro de la Navidad. Ed. Anaya.

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